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OPINA RADIO CLARÍN                          15.12.23

Llegó el fin del año lectivo: tiempo de promedios y zozobras en el liceo; tiempo de fiestas de fin de año en la escuela. Las familias reorganizan sus horarios para tener a los chiquitos todo el día en casa. Las madres solitarias arreglan en el trabajo. Y todos los que giran alrededor de niños y adolescentes –los padres, los tíos y los abuelos- vuelven a sentir que la escuela es el gran motor y el gran regulador de la vida nacional, porque es la casa común donde aprendemos reglas para ser diferentes y convivir juntos.

Y no sólo aprendemos reglas. Además –y sobre todo- recibimos inspiración.

Sí: a lo largo del año entero, los niños llegan con poemas y proverbios que proclaman el amor al prójimo y le cantan a la vida. En un mundo azotado por la guerra y el egoísmo de naciones poderosas que se portan como tribus, las escuelas públicas y privadas de la República Oriental del Uruguay educan para amar al prójimo,  abominar las matanzas y servir a la paz.

Por eso, en cada fiesta de fin de curso tenemos que alegrarnos  no sólo con lo bien que bailó o recitó el nene o la nena de nuestra sangre. Además, debemos alegrarnos con la siembra de esperanzas que contienen los mensajes que la escuela siembra a todos los vientos.

Esa siembra que se hace en las aulas y en las fiestas de fin de año… viene de mucho antes que saltaran a la luz pública las discusiones sobre programas,  doctrinas pedagógicas y salarios de los educadores.

En realidad, es siembra de la esencia humana.

Unos versos, un lema o una parábola nos crecen por dentro y nos abren horizontes que acaso ni siquiera soñábamos.

Aunque nos lleven hasta el límite de lo imposible, en esos horizontes no se nos mueven fantasmas estériles, sino la sed de idealidad que nos reclama cuando miramos de frente las desgracias que nos rodean.

Esa idealidad nos interpela cuando, en estos días,  festejan el fin de cursos las escuelas -ricas o pobres, grandes o chicas.

Y nos golpea todos los días, cuando una reflexión, un verso, un tango o un cielito nos recuerda que el mejor destino de la criatura humana está en el abrazo fraternal y no en la lucha descarnada por sobrevivir pisoteando al prójimo.

        Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.